Ya las tinieblas de la pasada noche con la venida de los pálidos rayos de la
hermosa mañana desaparecían, cuando el novel caballero, habiéndose despedido de
sus amigos, armado de fuertes armas y sobre un negro y gran caballo, con sólo un
escudero, al camino se pone, tomando por aquella parte que más le aplacía, y a
las veces por donde su caballo lo guiaba. De las armas vos digo que eran
blancas, partidas con unas rayas de oro, sembradas entre unos manojos de doradas
saetas y unas medias y pequeñas lunas azules. De su cuello pendía un fuerte y
bien compasado escudo, el campo azul con un dorado sol que en medio de él
resplandecía. De esta manera seguía su voluntario destierro y su incierto camino
del Caballero del Sol, que así lo llamaron por el sol que traía en el escudo,
aunque él quería llamarse el Caballero Desterrado porque de su patria se había
de su propia voluntad desterrado.
Por espacio de diez días caminó el Caballero del Sol que cosa que de
contar sea no le avino. Ya el undécimo día con el encumbrado sol su mayor hervor
mostraba, cuando, caminando por una pequeña senda de una espesa floresta,
llegando a un camino que de través se hacía, sintió ruido de caballos y voces de
gentes que con prisa caminaban. A poco rato vio cómo diez villanos guarnidos de
capellinas y coraças y hachas delante un encubierto carro venían, al cual dos
armados caballeros seguían. Pero como el Caballero del Sol atendiese con deseo
de saber o que en el carro venía, el mayor de los caballeros de esta manera sus
palabras le embía:
-Caballero, ¿por ventura tenéis vos cuidado de registrar los que pasan
por esta floresta o cogéis vos el pasaje de esta vía? ¿Por qué no seguís vuestro
camino, y dejad de estar en atalaya para dar cuenta de lo que pasa? Yo pienso
que la priesa que nosotros llevamos debéis vos de tener de vagar y espacio, pues
tan asegurado estáis.
-Por cierto, dijo el Caballero del Sol, según vuestras desmesuradas
palabras, lo que yo por cortesía de vos quería saber ya lo tengo entendido, ca
algún preso debéis llevar en el cubierto carro, pues vos no queréis naide lo
vea, porque siempre veo los que malhacen aborrecer la luz y la compañía y amar
la soledad y la tiniebla. Por ende, o me descubrid y dad razón de lo que va en
el carro, o conmigo, aunque descuidado, sois en la batalla.
-Andad adelante con el carro, hermano, dijo el Caballero de la Floresta,
ca presto entiendo librar este pleito y seguiros.
Sin más aguardar, tomando del campo lo que les pareció, al más correr de
los caballos, las lanças fueron partidas en muchas pieças. Pero el Caballero de
la Floresta huyó falsado el escudo y la loriga, y fue herido en los pechos de
una mortal herida, aunque no vino a tierra, pero hubo perdido los estribos. El
Caballero del Sol pasó por él sin hacer algún revés; pero, como aquél que tenía
muchos enemigos adelante, viendo que le hacía menester poner toda diligencia y
esfuerço por vencer, en un punto vuelve sobre el Caballero de la Floresta y,
antes que en su entero acuerdo tornase, le hiere de dos tan pesados golpes por
cima del yelmo que del todo sin acuerdo vino a tierra, donde en breve espacio
fue muerto. Ya el otro caballero en la fuerça de su caballo, la lança baja,
contra el Caballero del Sol venía. Pero como aquél en quien no había punto de
cobardía, lo sale a recibir, el escudo embraçado y la espada alta. El Caballero
de la Floresta encontró al Caballero del Sol en soslayo del escudo y la lança no
prendió y el golpe salió vacío, pero topándose de los cuerpos el Caballero el
Sol le hirió de su espada por encima del hombro izquierdo y le cortó las
embraçaduras del escudo y lo hirió de una pequeña herida. El Caballero del Sol,
con la presteza de su caballo, volvió sobre él y le començó de cargar de duros y
espesos golpes, porque el Caballero de la Floresta, como el escudo hubiese
perdido, poca defensa hacía, que así se revolvía de unas partes a otras como la
oveja que huye del lobo. En tal manera lo començó de herir el Caballero del Sol
que en pequeña piaça lo traía tan cansado que a pocas cayera del caballo; lo
cual, como bien sintiese el Caballero del Sol, alçándose sobre los estribos y
echando el escudo a las espaldas, tomando la espada a dos manos lo hirió por
cima del yelmo de tal golpe que armadura ninguna le prestó que no fuese
mortalmente herido y viniese a tierra.
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