Debemos volver a empezar desde la comunidad. De ese sentimiento de pertenecer a una tierra, que es el autentico enemigo de la homologación mundialista y de su céntrica visión económica.
La oscura voluntad de la sociedad, orientada a la creación de un mercado único compuesto de individualidades desligadas de identidades y tradiciones tiene como “inconsciente” aliado la cultura libertaria.
Sus asuntos dogmáticos de igualdad, en cuanto se refiere a la negación de las jerarquías naturales, parecen ser un concepto burgués, en su aceptación más egoísta, concepto que tiene en si una “natura prometeica”, una rebelión contra el “Amor fati”, del sentido del limite, de la frontera. Una inclinación a la nivelación de los roles con una posterior anulación de estos, una subversión de la fuerza laboral del estado a la ética materialista mecanicista con un sabor marxista capitalista.
La comunidad es un destino común, y es la nación la que rinde tangible, con una continuidad ideal y cultural, la sensación de pertenecer a un único cuerpo que trasciende el espacio y el tiempo, poniéndolo en el corazón de cada uno de sus miembros.
Uno de los motivos por los que vivimos en una sociedad deprimida es por el sentido utilitarista limitado a los espacios y a los tiempos dictados por el interés personal ligado a la búsqueda de la felicidad, en la declinación de la ilustración liberal, como fin ultimo. Una felicidad proyectada exclusivamente en un plano material, cómplice de la disgregación social y responsable de una arquitectura que ha destruido el sentido de lo bello. Surge la necesidad de crear espacios vitales donde el sentido estético vuelva a tener un fuerte peso especifico.
Una arquitectura pues con el objetivo de ser el espejo del alma de un pueblo, un pueblo que este orgulloso y consciente de si mismo.
La comunidad es también trabajo pero en su esencia más noble, aquella en la cual uno mismo dona la propia capacidad. Pero comunidad también es cuidar tu territorio y salvaguardar el espacio natural. Amar la propia comunidad significa de echo preservar el hábitat y respetarlo.
Respetar los tiempos de la naturaleza que no están ligados a las agujas del reloj que son las culpables de habernos encarcelado a todos nosotros en esquemas productivos orientados a alimentar al mercado.
Comunidad entonces como presa, como terraplén a la inundación CONSUMISTA.
Extraído del blog nacionalista:
valenciadisidente
La oscura voluntad de la sociedad, orientada a la creación de un mercado único compuesto de individualidades desligadas de identidades y tradiciones tiene como “inconsciente” aliado la cultura libertaria.
Sus asuntos dogmáticos de igualdad, en cuanto se refiere a la negación de las jerarquías naturales, parecen ser un concepto burgués, en su aceptación más egoísta, concepto que tiene en si una “natura prometeica”, una rebelión contra el “Amor fati”, del sentido del limite, de la frontera. Una inclinación a la nivelación de los roles con una posterior anulación de estos, una subversión de la fuerza laboral del estado a la ética materialista mecanicista con un sabor marxista capitalista.
La comunidad es un destino común, y es la nación la que rinde tangible, con una continuidad ideal y cultural, la sensación de pertenecer a un único cuerpo que trasciende el espacio y el tiempo, poniéndolo en el corazón de cada uno de sus miembros.
Uno de los motivos por los que vivimos en una sociedad deprimida es por el sentido utilitarista limitado a los espacios y a los tiempos dictados por el interés personal ligado a la búsqueda de la felicidad, en la declinación de la ilustración liberal, como fin ultimo. Una felicidad proyectada exclusivamente en un plano material, cómplice de la disgregación social y responsable de una arquitectura que ha destruido el sentido de lo bello. Surge la necesidad de crear espacios vitales donde el sentido estético vuelva a tener un fuerte peso especifico.
Una arquitectura pues con el objetivo de ser el espejo del alma de un pueblo, un pueblo que este orgulloso y consciente de si mismo.
La comunidad es también trabajo pero en su esencia más noble, aquella en la cual uno mismo dona la propia capacidad. Pero comunidad también es cuidar tu territorio y salvaguardar el espacio natural. Amar la propia comunidad significa de echo preservar el hábitat y respetarlo.
Respetar los tiempos de la naturaleza que no están ligados a las agujas del reloj que son las culpables de habernos encarcelado a todos nosotros en esquemas productivos orientados a alimentar al mercado.
Comunidad entonces como presa, como terraplén a la inundación CONSUMISTA.
Extraído del blog nacionalista:
valenciadisidente
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